Víctimas del terrorismo: inocencia y perseverancia
ÁNGEL ALTUNA*/PSICÓLOGO Y MIEMBRO DE COVITE
Los terroristas, sus justificadores y sus laguntzailes, tal y como plantean su posición actualmente, no lo van tener fácil con las víctimas. Desgraciadamente las víctimas son muchas y son muchos los heridos y los damnificados. Además pensemos que cada víctima es diferente; nos encontramos víctimas introvertidas, víctimas extrovertidas, víctimas altas y víctimas bajas, víctimas rubias, morenas, pelirrojas, da igual. Cada víctima es tan diferente que hasta los mismos terroristas han matado a un torturador y a su torturado, a un empresario y a uno de sus trabajadores, a un policía y al traficante de drogas al que detuvo, a uno de izquierdas y a uno de derechas que discutían entre sí, han matado al profesor y a uno de sus alumnos, a un periodista y a su lector.
Así pues, existen tantas víctimas del terrorismo y sobre todo son tan distintas que sin duda siempre va a haber alguna que no renunciará al mantenimiento de sus derechos como ciudadano. Pero lo que todas las víctimas sí han querido siempre es hacer patente la diferencia entre los que han utilizado la pistola y la bomba de quienes no lo han hecho. Es una cuestión de principio social básico ya que nuestras normas autorreguladoras se fundamentan en la protección y en la libertad del ciudadano, sobre todo en las del buen ciudadano. Del mismo modo nuestro sistema judicial, garantista y moderno, hace imposible que se rompa por parte del Estado ese contrato social por el cual el ciudadano delega en lo público la resolución de su pleito con los asesinos y delincuentes y consecuentemente, a partir de ese momento, huye de cualquier posibilidad de justicia privada. Unos han delinquido y otros no lo hemos hecho. Invito a reflexionar y aunque sólo sea por un instante a que uno mismo intente ponerse en la piel de una víctima del terrorismo. Un instante sólo y a partir de ese momento intentar recordar siempre que ese instante para la víctima es eterno y no olvidar tampoco, desde esa visión introspectiva, que las víctimas nunca han querido venganza, siempre han pedido justicia y desean el final del terrorismo.
Más del 90% de los asesinados por el terrorismo lo han sido durante la transición y la democracia. Esto supone otro problema añadido para los terroristas. Mientras los demás discutíamos, trabajábamos o buscábamos trabajo, nos formábamos, acudíamos a votar y respetábamos las reglas básicas de convivencia, ellos asesinaban. Si en los años setenta y ochenta ellos llegaron a pensar en una victoria militar, ahora piensan en la victoria desde el chantaje y por la puerta de atrás. Pero esa puerta está cerrada y candada por el Estado de Derecho. Han despreciado casi treinta años de vida democrática y han insultado a la mayoría de de la ciudadanía mientras seguían matando. En su estrategia actual, la de la pistola oculta pero cargada y la de «negociamos de igual a igual con los dos Estados en clave política», han olvidado intencionalmente un elemento muy sencillo pero importante: la víctima del terrorismo. Para suplantar este hueco palpable, hay quien está intentando poner peligrosamente en marcha distintos planes de igualación entre víctima y victimario. Desde esta integradora visión del mundo resulta que «todos hemos sufrido mucho», «no hace falta reconocer el daño causado», «también duele tener que llegar a apretar el gatillo», y todo ello recuerda en cierta manera a aquel chiste, con perdón, que decía: «¿Vaya día llevamos los dos! A ti se te muere la mujer y a mí se me pierde el bolígrafo». Creo que este camino trazado por algunos, bienintencionados y otros no tanto, y que llaman apresuradamente de reconciliación está dejando de lado dos premisas básicas: la culpabilidad de todos los victimarios y la inocencia de todas las víctimas.
Hagamos otro ejercicio de introspección. Nos ponemos ahora en la piel del asesino. «He matado». Y sigo pensando desde esa difícil cercanía: « la víctima merece justicia y yo merezco una pena por lo que hice. Lo asumo. No estoy loco; sabía lo que hacía. Aceptaré mi culpa, aborreceré lo que cometí, colaboraré con la justicia, reconoceré el daño, entregaré las armas e intentaré volver a ser un ciudadano respetuoso con los demás, incluso dentro de la cárcel». Esta es la bondad de nuestros principios constitucionales y que incluyen el fin reinsertador del sistema penal hacia el delincuente privado de libertad. Ellos tienen la posibilidad de que se les aplique con dignidad. Sus víctimas ya no. Y a pesar de esta posibilidad, muy pocos agentes sociales les están animando a que den este paso definitivo. Diría más, en muchos casos los supervivientes y los familiares de los asesinados están solos en esta tarea que finalmente beneficia al penado y por añadidura tienen incluso que escuchar que este reconocimiento del daño solicitado no es ni mucho menos necesario que se produzca. Afortunadamente en nuestro país no tenemos pena de muerte, tampoco existe el ojo por ojo' por lo tanto deberíamos también rechazar con total rotundidad cualquier posible impunidad o puerta de atrás para los terroristas, porque no olvidemos que la culpa del victimario va irremediablemente unida a la inocencia de su víctima. Eso es lo que nos diferencia de ellos.
Si al asesino se le resta parte de culpabilidad, y éste es el peligro de un proceso negociador, esa culpa queda traspasada automáticamente al asesinado. Conviene no olvidarlo. Describo estas líneas como un intento más para que dejen de emplearse esfuerzos en inventar planes de igualación y que precisamente suelen estar promovidos por quienes no han sido directamente atacados por la práctica asesina del terror. Si no es así, siempre se encontrarán con la perseverancia molesta en busca de justicia y en defensa de la inocencia de alguna víctima del terrorismo; rubia, morena, pelirroja, da igual.
(*) Ángel Altuna es hijo de Basilio Altuna, asesinado por ETA el 6 de septiembre de 1980.
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