ARTÍCULOS DE OPINIÓN

28.2.07

Víctimas de nuevo

El 11 de marzo de 2004 todos los ciudadanos vimos tambalearse los fundamentos de nuestra existencia personal y colectiva. Sentimos en el dolor de las víctimas nuestros miedos más profundos y primarios, y reconocimos, esta vez hasta el extremo, las más horribles capacidades de la condición humana para poder generar exterminio, dolor y sufrimiento. Quizá transcurridos tres años podamos hacer una labor de introspección y comprobar que sentimos un cierto vértigo al contemplarnos a nosotros mismos realizando diferentes análisis sociopolíticos sobre lo ocurrido, siempre desde una posición supuestamente 'objetiva' como simples observadores externos. Incluso nos atrevemos a dar explicaciones acerca de las causas últimas del atentado, convirtiéndonos así en expertos historicistas. Todo este proceso de intelectualización viene irremediablemente acompañado de la capacidad de alejarnos, casi sin darnos cuenta, de los efectos producidos. Y, en consecuencia, de las víctimas.
Tras el golpe atroz del atentado, el inestimable arropamiento emocional y la asistencia humana a los supervivientes y a los familiares de los fallecidos posibilitaron en algunos casos que las destrozadas referencias psicológicas pudieran reconstruirse desde un basamento más sólido. Frente al terror, la infamia brutal y la deshumanización, algunas víctimas encontraron en aquellos primeros momentos el calor del desconocido, del profesional sanitario, del voluntario, del funcionario que le ayudó, del vecino que le abrazaba, del minuto de silencio en un estadio. Todo esto significó mucho, pero, paradójicamente, también poco.
Las víctimas afirman hoy que aquel colchón inicial ofrecido por la comunidad supuso un primer paso inestimable, pero a la vez insuficiente, para encarar las sucesivas etapas que les ha tocado vivir y sufrir: la realidad insondable de la ausencia, la soledad más solitaria, las incapacidades adquiridas, la rabia y el resentimiento, la propia culpabilización del superviviente y lo que podríamos definir como una 'deconstrucción forzada'; es decir, lo que antes constituía el eje central de la existencia personal y ya no lo es.
En todo ese proceso posterior que afronta la víctima, el componente social resulta fundamental. Incluyo en lo social el apoyo de la Administración, el tratamiento de los medios de comunicación y la actuación de la Justicia. La víctima superviviente y el familiar del asesinado se sitúan indeseadamente desde entonces en un desagradable escenario, como es el terrorismo, sobre el que todo el mundo opina, discute y parece tener una explicación.
Ahora que arranca el juicio, la rememoración de las vivencias sufridas va a suponer un impacto emocional inevitable. Y es en este momento cuando se pondrán en juego las capacidades y los recursos actuales con que cuentan los afectados. Habrá personas que quizá tuvieran una mayor vulnerabilidad previa ante posibles situaciones traumáticas. Habrá otras a las que el apoyo recibido no les haya hecho recuperar todavía eventos y objetivos vitales positivos. También las habrá que, ante el trance judicial, hagan frente a estos duros momentos de una manera ejemplarizante por lo sobrehumano. Se producirán respuestas psicológicas tan distintas como personas afectadas existen. Incluso en una misma unidad familiar habrá quien desee estar absolutamente informado; quien se duela ante cualquier referencia y opte por desconectarse; quien procure transmitir sensaciones y desahogos de forma explícita y pública; y quien prefiera digerir los pensamientos y vivencias privadamente.
Estas víctimas específicas de 'macroatentados colectivos' corren el peligro de que su historia personal quede solapada y diluida por el gran número de damnificados o por la reducción de todo lo sucedido a una pequeña sigla: 11-M. Muchos de los que van a rodear en el futuro al superviviente o al familiar tendrán a su vez a un conocido, o a un conocido de un conocido, que también sufrió los efectos del golpe de una o de otra manera. En otras ocasiones, las reacciones del entorno pueden provocar una desviación de lo sufrido como algo más cercano a una catástrofe natural no intencionada que a un atentado terrorista, lo que puede debilitar la transmisión de las terribles vivencias personales.
Ante el hecho indudable de que la verdadera 'cojera vital' sólo la van a sufrir los propios afectados y los familiares más directos, quienes les acompañen pueden dar por sobreentendido y, por lo tanto no vivenciado, el dolor real de la víctima. Es, pues, imprescindible que se continúe personalizando a cada afectado en la divulgación de la información, en la atención social, en las ayudas comunitarias y en las tramitaciones administrativas. Y los medios deben seguir intentando humanizar y dar nombre a cada uno de los 192 asesinados.
Los factores psicológicos previos situarán a cada superviviente y familiar en una tesitura determinada, mientras el transcurso del tiempo va jugando sus bazas; muchas veces para bien y otras no tanto. Es cierto que la vivencia de un superviviente herido difiere de la del viudo, ésta será diferente a la vivencia del hijo y ésta, a su vez, a la de una madre. Todos ellos discurrirán, irremediablemente aunque con muchas dificultades, por otras etapas de 'reconstrucción' en la que puedan llegar a recuperar metas vitales, socialicen lo ocurrido y logren luchar si lo desean por la Justicia y la búsqueda de la verdad.
Verdad reparadora
Esta verdad, aunque produzca dolor momentáneo, tiene por norma general un efecto reparador en la víctima, como también las acciones policiales y judiciales ajustadas a Derecho. En la mano de todos está que el doloroso proceso de los damnificados hacia una nueva vida, que ya nunca será la misma, pueda ser un poco mejor. Las instancias judiciales deben tenerlo en cuenta. Las víctimas saben que nunca habrá proporcionalidad entre el daño recibido y la condena y el resarcimiento.
Magistrados de la Audiencia Nacional han sido conscientes, y se han hecho eco incluso en público, de que muchos de los procedimientos judiciales victimizan aún más a las víctimas; lo que los expertos han denominado 'doble victimación'. Cuidado con ello. Las víctimas delegan siempre en el Estado su pleito con los asesinos, a través de los tribunales. Nunca el Estado podrá hacer dejación de este contrato social que le obliga a administrar estos pleitos y a velar por sus consecuencias. Por ello, seamos ciudadanos absolutamente vigilantes ante la actuación judicial, seamos exigentes con los procedimientos; la gravedad de los hechos lo merecen. Y tampoco confundamos las peticiones de Justicia y las posiciones de firmeza de las víctimas con la venganza; es un insulto que nos vuelve a victimizar doblemente.
En definitiva, caigamos en la cuenta de que nunca nuestra democracia podrá agradecer del todo la respuesta ajustada a Derecho de todas y cada una de las víctimas del terrorismo en este país durante casi cuarenta años. También en estos momentos conviene no olvidarlo.

Ángel Altuna Urcelay, Psicólogo y víctima del terrorismo.


2.2.07

Ponencia de Cristina Cuesta en el seminario "La memoria de las Víctimas del terrorismo" en Burgos



LA MEMORIA DE LAS VICTIMAS DEL TERRORISMO

Dicen que los peces sólo pueden recordar lo que han vivido dos horas antes, todo recuerdo más allá de ese tiempo es imposible. Sabemos que la memoria también es inventada, selectiva, discriminativa y que si fuéramos capaces de recordar todo lo que nos ha sucedido enloqueceríamos. Sobrevivimos porque somos capaces de olvidar. Y olvidar hasta los afectos más cercanos es una de las enfermedades más crueles que podemos padecer. La memoria es parte del olvido y el olvido de la memoria como el día y la noche no se entiende el uno sin la otra, la otra sin el uno.

Cada ser humano adorna, matiza, recubre, elimina acontecimientos, hechos, sentimientos, palabras, imágenes de sus recuerdos. Jamás dos personas tienen los mismos recuerdos ante la misma situación. Hay recuerdos de luz y de oscuridad, recuerdos que luchan por ser olvidados y olvidos que nos gustaría recuperar. Interpretamos, explicamos y justificamos nuestra memoria, una y otra vez. Los recuerdos nos acompañan como una segunda piel, como si fueran capas de cebolla. Un olor, una voz, una imagen puede llevarnos por los caminos mágicos y absolutamente reales de la memoria.

Las víctimas del terrorismo no reclamamos esta memoria. Trabajamos y nos responsabilizamos por la Memoria política y ética. Las víctimas del terrorismo tenemos recuerdos, tenemos memoria, faltaría más, somos humanos. Tenemos los recuerdos normales de todo ser racional y sensible y algunos otros, muchos otros, clavados a sangre y fuego, a miedo y odio, elementos que forman parte de nuestra historia de dolor que en tantas ocasiones nos cuesta tanto recomponer. En eso nos diferenciamos de otros ciudadanos que no han sido víctimas del terrorismo. En que nuestros recuerdos más terribles son de terror. De un terror asesino, despiadado, injustificado y siempre negro. Hemos atravesado sin buscarlo ni provocarlo, desde nuestra total y absoluta inocencia, por las experiencias más brutales que puede sufrir un ser humano: el asesinato, el secuestro, la mutilación, la intimidación continuada, la humillación, la extorsión, el robo de nuestra libertad y de nuestra seguridad. Y además el oprobio y el insulto de las justificaciones, explicaciones, apologías continuadas. No sólo nos matan o nos secuestran, es que además se enorgullecen de ello.


Las víctimas del terrorismo en el País Vasco, además, convivimos con miles de personas que apoyan, legitiman, exaltan a ETA, terroristas ideológicos y morales que son nuestros vecinos, compañeros de trabajo, funcionarios, a veces incluso nuestros familiares. Y convivimos también con aquellos que criticando los medios terroristas siguen amparando, dando cobijo político, no actuando con firmeza ni repudiando a los que nos matan y a sus amigos. Más o menos la mitad de la población en el País Vasco ( no es un dato contrastado científicamente sino una intuición personal contrastada en el día a día) está enferma de fanatismo en diverso grado, el fanatismo civilizado que permite el poder, el control social, el estatus de ciudadano de primera, es decir el del nacionalismo gobernante del PNV y EA y el fanatismo macarra y mafioso que hace el trabajo más sucio de ETA BATASUNA. La otra mitad de la población vasca, salvo honrosísimas excepciones, unas pocas miles de excepciones, ha mirado para otro lado, ha lavado sus vergüenzas con sumisión, ha callado ante la injusticia y ha abandonado a las víctimas del terrorismo a su suerte. Este el problema. El totalitarismo de unos y la apatía conformista de otros que ha impedido el vuelco electoral, que entre aire fresco y se produzca de verdad un cambio.

En el País Vasco viven miles de personas marginadas, insultadas, revictimizadas, acalladas por un entorno mafioso, son defensores del constitucionalismo que viven sin libertad y sin amparo y que han sobrevivido gracias a su esfuerzo y su sacrifico y han mantenido una farsa de democracia en la que hasta la fecha sólo ha ganado el nacionalismo en el poder, el régimen instaurando con mucho cinismo, mucho engaño y mucha subvención. Por no hablar, como es mi situación personal de los que nos hemos visto obligados a abandonar nuestra tierra, por hastío y por no soportar vivir escoltados y cruzarnos con Consejeros del Gobierno Vasco que viven tan ricamente, en su libertad sectaria y que encima te miran con desprecio considerándote enemiga de lo vasco. Porque, claro está ellos tienen el monopolio de lo vasco, el pedigrí del buen vasco, obediente a Sabino Arana.

Es un verdadero milagro, no reconocido y cada vez menos prestigiado, que hayamos podido mantener la Memoria, que no hayamos tirado la toalla, que no hayan podido con todos nosotros. Somos la Memoria de los hechos terroristas, la Memoria de que ha habido terrorismo, esclarecido y sin esclarecer, de las culpabilidades y responsabilidades penales de los criminales pero también de las institucionales, políticas, sociales. Recordamos a nuestros muertos y nuestros heridos para humanizar a las víctimas y deshumanizar a los verdugos. Para recordar que primero, como ciudadanos y segundo como víctimas, tenemos el derecho y la obligación de hablar alto y claro, de opinar sobre los temas que tanto tienen que ver con aquello que nos destrozó la vida. Recordamos verdades universales que benefician incluso a los terroristas que siempre se han beneficiado de un sistema de libertades, el que se quieren cargar para instaurar de forma definitiva su tiranía. Estas verdades como puños son: la defensa de la dignidad humana, de la libertad, sin la cual no hay ciudadanía, el pluralismo político, la tolerancia política sobre la base de la aceptación de las reglas de la democracia. La Memoria continua, constructiva y profunda de las víctimas nos enseña que la exclusión, el sectarismo ideológico, la imposición, la utilización del terror, el chantaje permanente son inadmisibles y que no tienen justificación alguna.

La Memoria de las víctimas nos hace estar alerta, defender la evidencia de quien son los demócratas y quien los totalitarios, quienes están con la Justicia y a ella apelan y quienes se ríen del poder y sus instituciones. La Memoria de las víctimas es política porque política es nuestra causa, la causa de la Democracia contra el oscurantismo y el fanatismo sin escrúpulos, aprovechado y falsario. La Memoria de las víctimas españolas y vascas nos reconforta por su entereza, su dignidad, su prestigio y su talante pionero, nos hace infinitamente mejores que los terroristas y no da tranquilidad de ánimo porque, aunque sabemos que la maldad existe, el Bien también, siempre en lucha eterna.

La Memoria nos recuerda que no podemos ni ceder, ni rendir ni claudicar. Nada. Ni territorios, ni pactos políticos democráticos, ni la aplicación de la propia Justicia, de lo contrario el sufrimiento de tantos miles de ciudadanos habría tenido sentido, hubiera sido rentable. Y si es rentable matar y torturar sólo nos queda la huida o la guerra. El olvido y la impunidad. La Memoria de las víctimas nos enseña que las víctimas ya hemos sido infinitamente generosas: no respondiendo con la misma moneda, aguantando la indefensión en tantas ocasiones de una Justicia injusta en tantos casos. La Memoria nos dice que llevamos más de cuarenta años de terror y que debemos aprender de nuestros errores. Sabemos ya que ETA es insaciable y que siempre ha trucado su posible final manteniéndose en su fanatismo chantajista.

Es muy duro soportar que la palabra más repetida por el Presidente del Gobierno sea la de Diálogo. ¿Qué diálogo? La Memoria nos repite que ETA no ha dialogado nunca, ha sembrado el terror y el horror. Sólo nos cabe la unidad, la resistencia, la firmeza democrática pero sobre la base de unos principios, una legalidad, una praxis, que nos conduzcan a la derrota militar, política, social y personal del terrorismo y de los terroristas. Abandono definitivo del terrorismo en todas sus formas criminales, cumplimiento de las deudas pendientes con la Justicia, reconocimiento del daño causado, aplicación de la ley de partidos hasta que la ETA política y social no reniegue de haber sido soporte y sostén de su actividad delictiva. Que los obispos vascos vayan a las cárceles a organizar cursillos de arrepentimiento. Que el Lehendakari ordene borrar todas y cada una de las pintadas pro ETA en el País Vasco, prohíba los homenajes a etarras, defienda de verdad a los constitucionalistas, saque a la población vasca defendiendo a la Audiencia Nacional. Que nuestro Presidente del Gobierno vuelva al Pacto por las Libertades y ponga a las víctimas en el lugar que nos corresponde, este es el único camino. El camino de la Memoria, de la Verdad y de la Justicia.


Muchas gracias.