ARTÍCULOS DE OPINIÓN

29.3.06

NADA TENEMOS QUE AGRADECERLES


Comprendo el alivio y satisfacción de los amenazados en su vida o en sus bienes al anuncio del «alto el fuego permanente» de la organización terrorista que probablemente va esta vez en serio. Me sumo gustoso a ese alivio y esa satisfacción. No comprendo tanto a los que dan saltos de alegría y brindan con champán. No me parece serio. Mucho menos comprendo a los que se apresuran a insinuar o exigir ya excarcelaciones e incluso amnistía. Es para mí un signo claro de la insensibilidad frente a las víctimas y de la degradación moral a que ha llegado una parte notable de este país que pone en plan de igualdad asesinos y asesinados, culpables e inocentes.
La misma calificación me merece el llamamiento de algunos al perdón y a la generosidad. Las víctimas no tienen ninguna obligación de perdonar a quienes jamás han dado señales de un mínimo arrepentimiento de sus crímenes ni siquiera de los cerca de veinte niños asesinados por ellos en Vic, Zaragoza, Hipercor, Erandio, etcétera. Y a los que por supuesto nunca han solicitado que se les perdone. Como afirman en estos días personalidades lúcidas y exentas de fundamentalismo nacionalista, si la banda etarra ha decidido dejar de matar y extorsionar, no es por razones de humanidad y de conciencia.
El motivo real reside en la convicción a la que ha llegado de hallarse en un callejón sin salida.
El asesinar y extorsionar ya no le resulta rentable en orden a alcanzar sus objetivos. Buscan rentalibidad por otras vías.
También el llamamiento a la generosidad que se hace a las víctimas me resulta obsceno. Las víctimas han exhibido ante el mundo entero una generosidad única al renunciar a la represalia y a la vindicta. ada tenemos que agradecer en consecuencia a los portadores del más negro currículo de muerte de este país.
Alfredo Tamayo Ayestarán

24.3.06

TERRORISMO CON TENDENCIA A CERO


Los gobiernos tienen la obligación y el mandato de buscar la mejora en las condiciones de vida de todos los ciudadanos. De esta manera son objetivos para un gobierno tratar de disminuir por ejemplo, la siniestralidad laboral, el número de accidentes en las carreteras, la violencia doméstica y también la violencia terrorista. Desde la irrupción del terrorismo en nuestras vidas de una forma brutal aunque no nueva, ahora hace dos años, percibimos más claramente que esta táctica por la cual un grupo intenta aterrorizar a grandes sectores de población a través del asesinato o la extorsión de grupos de individuos va a ser poco menos que inevitable en el futuro. ¿Hay alguien que verdaderamente piensa que vamos a estar a salvo próximamente de la práctica terrorista? ¿Acaso es sencillo librarse totalmente de la existencia de un GRAPO reaparecido, de una Al Queda global, de ETA o "post- ETA" o lo que quede de ella, de las Nuevas Brigadas Rojas en Italia, o de todos los grupos terroristas que intermitentemente puedan aparecer? En absoluto, es bastante complicado.
Sin embargo, ¿es factible seguir combatiendo sus efectos, disminuir sus consecuencias, presionar policialmente al terrorismo y responderle judicialmente? Por supuesto. Una actual observación de amplio espectro nos hace ver una realidad de primer orden en el ámbito internacional como es el continuo ataque a las sociedades democráticas a través de la estrategia terrorista. Creo que ha podido llegar el momento de quitarnos la venda de los ojos y poder reformular los objetivos y las políticas antiterroristas desde el punto de vista de ceñirlos a un ataque permanente y legal hacia sus ejecutores: deteniendo sus comandos, cortando vías de financiación, tratando de minimizar sus efectos y forzando y aceptando posibles rendiciones.
Así pues la "tolerancia cero" con el terror persigue que su efecto sea lo más atenuado posible. El terrorista individual acabará perdiendo aunque el terrorismo se resista. Este es el mensaje que debe conocer el terrorista. Recordemos por ejemplo que ya en el comunicado de tregua de 1998, ETA no descartaba y nos avisaba de la posible reaparición de la organización en futuras generaciones. Por otra parte, los posos que quedarían en una sociedad que hubiera sufrido de forma continuada el embate del terror, tardarían muchos años en desaparecer. Si somos honestos, el resultado de la política antiterrorista nunca será el de "terrorismo cero", pero sí puede ser un objetivo más alcanzable la constante disminución de sus apariciones con una tendencia a cero.
Los estados modernos no pueden permitirse acabar cediendo a una presión externa y totalitaria por la cual no sólo el terrorista amedrenta a mil personas asesinando a una, sino que intenta domesticar a miles de ellas perdonando a unas cuantas. Los terroristas comprenden bien ciertas debilidades de la condición humana. Conocen también las reacciones de miedo y huída provocadas por una agresión real o por ataques más difusos a través de la amenaza. Estos ataques afectan sin duda a la línea de flotación vital de muchos integrantes de sociedades con un cierto nivel de bienestar y con una posición de cierto repliegue individual que todos de alguna forma padecemos. El terrorismo sabe en qué terreno juega. Por ejemplo en el País Vasco, ETA jamás ha atacado a individuos significados de la política nacionalista ni al clero. Este perdón externo que les concede ETA y que hace sumar muchos adeptos, tiene casi tanta fuerza como el terror de huída provocado en la comunidad no nacionalista. El terrorista busca tanto aumentar sus afines desde la amenaza y el aviso, como restar oponentes a través de la desaparición y el exilio. Ante esta situación un estado moderno debería actuar continuadamente con una fuerte dosis de pragmatismo, frialdad y firmeza estratégica.
Los ciudadanos responsables solicitan una disminución constante y palpable de la siniestralidad laboral, de la ingesta destructiva de drogas en los jóvenes, de la violencia doméstica y de la práctica terrorista. ¿Cómo? Con medidas correctoras, preventivas y punitivas y mediante un combate permanente que no haga bajar la guardia. Sin embargo, la realidad nos impone que estas tareas, aunque fuera nuestro deseo, no van a terminar ahora. Si la policía no va a dejar de existir, la política antiterrorista legal tampoco lo hará, pero tampoco las oficinas de atención a las víctimas, ni los equipos de emergencia ante posibles atentados. Deberemos por lo tanto apoyar y exigir en todo momento una efectiva labor policial, una correcta administración de la justicia y la aplicación de todas las herramientas democráticas de un estado moderno que nos permitan luchar contra el terror desde la legalidad. No olvidemos tampoco que todas estas medidas no dejan de ser también medidas políticas, porque esperemos que la Política no sea interpretada únicamente como aquella posibilidad de llegar a acuerdos con terroristas y delincuentes que tienen una intencionalidad política.
Y termino casi como empecé pero cambiando el sujeto de la frase: la oposición a su vez tiene la obligación de buscar la mejora de las condiciones de vida de todos los ciudadanos. Conclusión, hagamos del problema terrorista una cuestión de Estado y hagamos irreversible una vuelta inmediata al Pacto por las Libertades. Una buena parte de la sociedad lo demanda. Esta buena parte de la sociedad está en sus cabales, no está dividida, ni quiere lo peor para sí. Finalmente, haciendo un giro de 180 grados desde lo racional hacia lo emocional, confieso mi deseo profundo de que estos mil días sin asesinatos por parte de ETA se prolonguen y tiendan a su vez a infinito. Pero habrá que decir también que el terror y la amenaza de ETA, a día de hoy, siguen y seguirán empapando seguramente por mucho tiempo la vida cotidiana y las relaciones entre los ciudadanos del País Vasco.

Ángel Altuna es psicólogo. Miembro de COVITE. (Colectivo de Víctimas del Terrorismo en el País Vasco). Hijo de Basilio Altuna asesinado por ETA el 6 de septiembre de 1980

23.3.06

A MI TAMBIÉN ME MATARON A MI ABUELO...



...«Los rojos», claro. En junio estuvimos reunidas en Moncloa las asociaciones de víctimas del terrorismo periféricas, otro compañero y yo, representando a Covite. Fue allí y al comienzo de esa reunión, cuando el presidente se dispuso a dar inicio a un discurso, y entre los primeros párrafos, algo escucharon mis oídos que chirriaron de forma estrepitosa, y fue cuando el señor Zapatero tuvo la osadía de decirnos, sin venir a cuento, claro, cómo a su abuelo lo habían matado en la guerra los nacionales.Lo siento, pero tuve que interrumpir en ese momento su discurso, y le espeté «y a mi abuelo, los rojos». Alzó su mirada hacia mi persona, y continuó como si nada.
Esta mañana en la radio he oído cómo en la reunión del viernes pasado en la que recibía a los organizadores del Congreso de Víctimas del Terrorismo, se encontraba María Jesús González, de todos conocida, y cuando le contaba al presidente que su hija (Irene Villa) y ella todavía se preguntaban «¿por qué nos ha pasado esto?», éste respondió que también a su abuelo lo habían matado en la guerra.

¿Se hace el tonto nuestro presidente? Porque, claro, cuando una persona con su responsabilidad suelta una comparación de este tipo, no es más que una metedura de pata inmensa, y que tiene tan fácil respuesta como «y a mi abuelo los rojos» por lo que, si fuera un poco más inteligente, se lo callaría para siempre, o al menos tendría la delicadeza de no soltarlo nuevamente en otra reunión con víctimas del terrorismo.
A mi abuelo, señor presidente, lo mataron «los rojos», se lo repito, y no en la guerra. Mi abuelo no era soldado, era «tratante» que había cometido el delito de prestar dinero a un indeseable, que, para ahorrarse la devolución de tal dinero, acusó a mi abuelo no se sabe muy bien de qué, y se ahorró devolvérselo. Y como en esa época «los rojos» de la zona acostumbraban a sacar de sus casas a personas inocentes y a fusilarlas en las cunetas, a mi abuelo también le tocó, como le tocó a su mejor amigo, un médico de irreprochable fama de Gandía y, cuando se encontraba mi abuelo quitando la placa de su casa por petición de su viuda, es cuando vinieron a por él los milicianos rojos y se lo llevaron. Con lo cual yo, señor presidente, tampoco he podido conocer a mi abuelo, y también mi abuela se quedó en una precaria situación con tres niñas pequeñas, siendo una de ellas mi madre. Mi abuela después de la guerra deambuló cada vez que la avisaban de que abrían una fosa común, hasta que al fin logró encontrar a mi abuelo, por lo que su amigo el médico y mi abuelo no fueron los únicos que «los rojos» asesinaron.
Sólo que a diferencia de la suya, mi madre no sólo perdió a su padre, sino que también perdió a su hijo.
Mire, mucha gente que me conoce del País Vasco, y que han sido mis mejores amigos en los «malos tiempos» y todavía lo siguen siendo, no conocen esta historia que usted me ha obligado a contar hoy aquí. Estos amigos luchadores incansables por la libertad, Rosa, Oli, Merche, Aurora, Carlos, Fernando, José Luis, Ana, Mikel... no puedo, como comprenderéis, decir los nombres de todos, defensores todos ellos a ultranza de la vida, aun a riesgo de perder la suya, como les ha pasado a algunos de ellos. Mi amigo Joseba, o mi amigo Poto, son de «izquierdas» de toda la vida, de la que viene usted. pero que afortunadamente no se le parecen en nada a usted.
Con ellos he estado todos estos años, en la calle reivindicando nuestros derechos más elementales negados en ese pueblo, «el vasco», que tanto sufrimiento me ha causado a mí y a miles de personas. De ellos he aprendido todo, a transformar mi odio en lucha constructiva e inteligente por la Democracia. A ellos los llevo en mi corazón aun estando a seiscientos kilómetros de distancia. Ni ellos ni yo hemos tenido nunca el más mínimo prejuicio que haya impedido nuestra amistad.

Pues bien, sólo decirle que usted no se parece en nada a esta gente, y que con usted no hubiera sido posible que en el País Vasco tantas personas con pasados tan diferentes nos hubiéramos unido para hacer frente a esa ignominia llamada terrorismo nacionalista.
Gracias desde aquí a todos vosotros, luchadores de la libertad y de la democracia, y gracias a usted, presidente, por no haber vivido en el País Vasco, porque si todos fuéramos sectarios como usted esta lucha en común y que tantos frutos nos trajo no hubiera sido posible.

Con usted estamos retrocediendo a velocidades supersónicas en la derrota del terror, y parece que con usted y ese extraño proceso de normalización y de paz que quiere sacar adelante con la ayuda inestimable del nacionalismo, acabaremos viendo lo que sus compañeros del País Vasco o su vicepresidenta nos han anunciado, y es que en este partido en el que nosotros ponemos los muertos, empatemos. Sólo espero que alguien lo remedie, y que volvamos a esos tiempos en los que en el País Vasco por lo menos estábamos juntos todos los luchadores por la Libertad.
Consuelo Ordóñez Fenollar (Hermana de Gregorio Ordóñez asesinado por ETA en enero de 1995)